Las propiedades taróticas del darwinismo exhiben a una teoría con poderes sobrenaturales y divinamente irrefutables ante los ojos de los falsacionistas poperianos. Para este selecto grupo de filósofos de la ciencia provenientes del positivismo -y que tanto daño han causado en el progreso de la ciencia-, la teoría de la Selección Natural no es otra cosa que charlatanería científica, basados en el argumento de que la supervivencia del más apto es una tautología, algo así como un pleonasmo científico muy barato. Tan barato como lo es la expresión newtoniana F=m.a que tampoco logró pasar la prueba del detector de mentiras poperiano.
Ese "detector de mentiras poperiano" al que llaman principio de demarcación , es un instrumento análogo al método científico que utilizan los positivistas a la hora de enjuiciar la validez de una hipótesis teórica. Al parecer son este grupo de filósofos y no los propios científicos, quienes aprueban una teoría o la rechazan, quienes definen qué es ciencia y qué no lo es. Sin embargo, la mayoría de los científicos actuales no voltean a ver ni siquiera por cortesía este tipo de críticas, porque ahora ciencia y filosofía ya no son la misma cosa que antes eran, ahora ellos dicen dedicarse a lo que mejor saben hacer: ciencia.
Los atributos místicos de la teoría darwinista descansan sobre el mecanismo de la Selección Natural, entendida como la fuerza impulsora y el motor del innegable proceso de evolución. Tales atributos le confieren a la Santísima Selección Natural -elevada a ese rango por Fernando Vallejo-, la cualidad de ser siempre cierta, o lo que es aún peor, de no saber nunca cuándo las especies están a merced de una fuerza selectiva, y cúando no lo están. Dicho en términos poperianos: es una teoría no falsable, con matices de ser irrefutable y por lo tanto carente de cientificidad.
Una de las más tempranas críticas en señalar el supuesto carácter tautológico de la teoría de Charles Darwin provino de la estilada sorna de Samuel Butler. En su libro Evolution old and new, Butler no sólo logra poner en tela de juicio el mecanismo que mejor explica cómo y por qué cambian las especies a través del tiempo; sino que además peca de reduccionista, al conducir El origen de las especies, al mismo callejón sin salida al que lo llevó Hebert Spencer con su diciente frase: survival of the fittest. Si los que sobreviven son los mejor adaptados -decía Butler- entonces los mejor adaptados son los que sobreviven. Qué frase tan más "darwinera" también pudo haberse dicho.
Lo paradójico en Butler es que antes de ser crítico, primero fue adepto a las ideas de Darwin. En un artículo titulado Darwin among the machines, Butler compara la evolución de las especies biológicas con la evolución de las máquinas, partiendo de los simples artilugios como la palanca, la cuña, el plano inclinado, el tornillo y la polea, hasta llegar a lo alcanzado por la revolución industrial. Butler ironiza en su carta a Mr. Darwin: máquinas engendrando más máquinas, dos máquinas de vapor apareándose, extinciones masivas de relojes por la aparición de nuevas especies mecánicas. En este sentido butler es un ingenuo visionario, se sorprendería mucho si pudiera escuchar el neologismo "tecnomeme" de Susan Blackmore, o de "autopoiesis" de Maturana y Varela.
Aunque la tautología del darwinismo proviene de una reducción mal planteada, el problema de fondo sigue estando donde mismo. El problema no es la evolución en sí, sino el mecanismo al que recurrimos para explicarla. ¿Cuáles son los límites de la selección natural? ¿nos sirve para interpretar el pasado geológico de las especies? ¿o nos sirve para predecir dónde y con qué fuerza está actuando la Selección Natural?. ¡El problema parece ser que nos sierve para todo!: no importa cuántos fósiles de trilobites halla que contar, que si para las orejas cortas o las largas, el altruismo o el egoísmo, el rojo o el azul, el tiene o el carece, el caso es que siempre tendremos debajo de la manga una historia adaptativa para cualquier variación. De ahí el aspecto tarótico y especulativo que envuelve al darwinismo. De ahí la advertencia lanzada por Stephen Jay Gould en el uso indiscriminado de la historias adaptativas.
Para la fehaciente evolucionista Lynn Margulis, aunque no del todo allegada al darwinismo, propone a los mecanismo de endosimbiosis como los principales promotores de la evolución. Para colmo de la postura antidarwinista de Margulis, el principio de Selección Natural embona perfectamente y sin contradecir en absoluto al mecanismo que ella misma propone: "aquellas células (o grupos de células) que lograron contener dentro de su citoplasma a otras células sin digerirlas, tuvieron un éxito reproductivo o de supervivencia superior a aquellos que no realizaron un proceso de endosimbiosis" -inferencia libre-. Este carácter "omnipresente" de la Selección Natural la ubica ante muchos como una teoría universalista que explica mucho con muy poco. Para otros, ese mismo carácter la coloca sobre un terreno pantanoso.
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