Estudios recientes del Colegio de Sonora narran cómo la ciudad de Hermosillo pasó de abastecerse con el agua de la presa Abelardo L. Rodríguez en la década de los setenta, a depender por entero de una batería de pozos en los noventa. Fue hasta 1999 que el gobierno estatal propuso por primera vez la construcción de una desaladora, pero el gobierno local se opuso y el proyecto fue abandonado. El tema de la desaladora quedó descartado de la agenda política desde 2005, y tocarlo implicaba asumir los riesgos electoreros de una sociedad desinformada.
Más allá del impacto estético de la estructura, no debe olvidarse lo que ella alude: el Acueducto Independencia, una obra que, aunque técnicamente viable, fue costosa y la calidad del recurso explotado aún es incierta. Además, el servicio seguirá estando en manos de un organismo ineficiente. En 2006, Agua de Hermosillo sólo facturó el 62% del consumo de agua potable en la ciudad, y el resto, cerca de 53 millones de metros cúbicos (el 38%), los perdió en fugas y tomas clandestinas. La cultura del agua, por encima de una conciencia de clase, involucra un proceso de cambios éticos en nuestra concepción del mundo; no necesita de representaciones estéticas para lograrse, en tanto que está presente en el uso y las prácticas que una civilización hace de sus recursos hídricos.